martes, 7 de diciembre de 2010

La vida del artista

Hoy la gente señala hacia la cárcel de Reading y dice: "ahí es donde le conduce a uno la vida de artista". Bueno, podía llevarle a sitios aún peores.

La gente vulgar, aquellos para quienes la vida es como hábil especulación, fruto de un cuidadoso calculo de posibilidades, saben siempre a dónde van, y van derechos hacia su objeto. Propónense como fin ideal el llegar a ser mayordomo de cofradía, y, en efecto, lo consiguen, sea cual fuere la situación en que hayan sido colocados. Y esto es todo. Y el que aspira a ser algo exterior a sí mismo: miembro del Parlamento, rico tendero, eminente abogado, juez u otra cosa igualmente aburrida, ve siempre sus esfuerzos coronados por el éxito. Y este es su castigo. El que anhela una careta no tiene más remedio que llevarla.

Las cosas suceden muy de otro modo con las fuerzas dinámicas de la vida y con los que las encarnan. Aquellos que solo piensan en el desarrollo de su propia personalidad nunca saben adónde les conduce su camino. No pueden saberlo. En una palabra: es indispensable, cual pedía el oráculo griego, conocerse a sí mismo. He aquí el primer paso hacia la sabiduría. Pero la última etapa de la sabiduría estriba en penetrarse de lo insondable del alma humana. Nosotros mismos somos el misterio final, y aún después de haberse averiguado el peso del sol, y midiendo las fases de la luna, y seguido sobre el mapa, estrella por estrella, las siete constelaciones, aún nos falta conocernos a nosotros mismos.

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